La albariza, que el abuelo trabajaba desde 1950, ya era propiedad del padre de Luz Divina, su esposa. Durante estos años mantuvo en estricto secreto la ubicación del colmenar, con la intención de evitar ladronzuelos o picaduras innecesarias que pudieran sufrir sus nietos.

Después de su fallecimiento tratamos de descubrir ese misterioso colmenar. El lugar era increíble, un pequeño claro rodeado de viejos robles y castaños albergaba una gran pared de roca natural, que protegía el lugar de los vientos del norte.

Observando con detenimiento, desde lejos, creímos ver un cortizo (antigua colmena de corcho) al lado un cubo de hierro y otros utensilios oxidados, que el abuelo utilizaba para sus tareas apícolas.

Acercándonos entre “silvas y toxos” fuimos abriéndonos paso hasta llegar a las “laxas”, donde, efectivamente, dormía tumbado y deformado un cortizo sin tapa, confirmándonos que ahí era donde el Sr. Antonio tenía sus colmenas.

En ese momento, una brisa intensa agitó las ramas de los castaños centenarios que rodeaban ese lugar, sintiendo un impactante escalofrío por todo el cuerpo y la sensación de que alguien nos estaba observando.

La emoción que mostraban los ojos de su nieta, reafirmó que el legado del abuelo era evidente y a partir de ese momento era nuestra responsabilidad recuperarlo.

Como una vieja semilla, que el Sr. Antonio mantuvo en secreto y que un día, por casualidad, descubrimos, motivó el germen para que la leyenda continuase, bautizándola por primera vez como Melsacra.

Toda tradición tiene una historia y toda historia tiene un origen.

MELSACRA desde 2011